Hace más o menos un par de meses, desperté en mi casa nueva y provisional, con una sensación agobiante. Sentía presión en el pecho, estaba angustiada. Seguramente era ansiedad y era extraño porque hacía algún tiempo que no sentía algo así. Sin tener que esperar demasiado, el motivo de esta sensación llegó a mi cabeza: La Caja Revuelta.
Puede parecer estúpido, quizá, es posible, pero cuando se adquiere un compromiso con una misma, con vosotros, no cumplirlo es no estar a la altura de tus propias expectativas. Vale, esto no es una tragedia, es simplemente una sensación. La que tuve aquella mañana.
Creo que se ha convertido en tradición el hacer un post a final de año repasando éxitos, fracasos y esperanzas. Bah, no me gustan nada estas palabras, y no por lo que significan, sino por el abuso que se hace de ellas en estos días. Pero bien, sí, este es un post que como en años anteriores os cuenta de dónde viene y hacia dónde cree ir esta que os habla. Es un post para aquellos a los que pudiera interesar, y si no interesa a nadie, para mí misma. A modo de reordenación de ideas.
Al 2015 lo había llamado: "el año de las expectativas frustradas". Comenzó prometiendo, no el éxito (¿quién lo necesita?), pero sí la independencia, la movilidad, el desprenderse de la vida prestada (en préstamo). Los meses fueron pasando, y el viento, los proyectos, los futuros no absolutos pero esperanzadores, iban, venían, bailaban... Y yo con ellos. Todo, o casi, prometió ser más de lo que finalmente acabó siendo.
Ante este panorama, y lejos de lo que hubiera ocurrido en otro tiempo, no me quedó más remedio que rehacerme, tomar decisiones urgentes, deshacer los planes, pintarme los labios rojos y sonreír. Tengo que decir que surtió efecto, que me siento muy orgullosa de haber tomado las decisiones correctas, que cada día me encuentro más cerca de la mujer que quiero ser, sin tener tampoco muy claras cuáles son las características que la definen.
En 2015 he aprendido cosas absolutamente necesarias de los otros y de mí: he aprendido a respirar hondo; a intentar entender las motivaciones ajenas por lejos de lo razonable que sienta que están y, en el caso de seguir sin entenderlas, aceptarlas y tomar decisiones al respecto; he aprendido a dejar pasar trenes, porque no hay que subirse a todos, ni mucho menos; he tomado la decisión de no malgastar energía en lo superfluo, y tampoco en lo profundo que daña; he querido tener cerca a los que quiero, pero solo a aquellos que me quieren a mí, siempre estoy, pero tú solo debes estar si quieres; he decido aprender y empaparme de todos, de los que me gustan, de los que detesto, de los que me aportan y de los que se apartan... Y sobre todo, lo más importante que he aprendido es que NUNCA HAY QUE HACER PLANES. Solamente hay que ser e intentar estar.
A la vida, por lo que parece, le gusta jugar con nosotros. Ya no me parece mal. Ahora estoy abierta a disfrutar al máximo, sufrir solo lo justo, y a que todo llegue. Porque queramos o no, lo que viene, acaba por llegar. No es dejar el futuro en el aire, es reservar un espacio para la improvisación. Es armarse de valor y seguir trabajando para afrontar lo que sí y lo que no. Que no me he convertido en superwoman, ni quiero, pero estoy feliz porque mi vida está lejísimos de esa imagen que nos venden, de la perfección de escaparate, pero siento que estoy apurando el camino, amando el momento, aprovechando el instante, la caricia, el beso y el desengaño, y además, me gustan los que me acompañan. Así que quizá tenga que cambiar el título que puse a este jodido/estupendo año...
Sé que tengo que volver a escribir sobre museos y arte. Sé que algunos lleváis tiempo esperándome, os pienso, creedme. No me he ido, lo haré porque a este blog le debo mucho. No sabéis cuánto. Espero que no os importe aguantar un poquito más, hasta el 2016.
Feliz todo.