domingo, 9 de septiembre de 2012

Capítulo 20. DAR LA VOZ AL OTRO.

Estos días hemos estado intercambiando ideas en twitter a raíz de la publicación de dos artículos en blogs sobre museología: el de @MuseoGoGreen #ProyectoNoTocar Cómo inventar un museo sin prohibiciones. y el de @sabope Museos, ¿espacios de veneración y de culto o espacios sociales?. En ambos, aunque el tema no es exactamente el mismo, se plantea el distanciamiento existente entre la institución museística y el público, sea por excesivas, constantes y en muchos casos, absurdas prohibiciones que nos imponen en la visita o bien por el aura de lugar sagrado que muchos (la mayoría) de nuestros museos tienen. Al final, el museo sigue siendo "el templo del arte". Por supuesto os animo a leer ambos artículos y a participar con vuestras opiniones. Yo por mi parte intentaré dar lo que considero son las claves para comprender esta situación. Quizá pique. Al menos, eso espero.



En primer lugar, los mismos profesionales son los que establecen esta distancia. En muchos casos por desconocimiento ya que no conocen las estrategias, los recursos, las vías que es necesario activar para llegar al público. El no conocerlas no sirve de excusa en ningún caso, y además, resalta el tipo de profesional que realiza las funciones de museólogo. Y sí, no todos los que trabajan en museos son museólogos (sea por curiosidad e investigación, sea por formación) ni todos los museólogos trabajan en museos. A la vista está. Si sigo profundizando en esta idea puedo extenderme hasta el infinito, y no quiero. Tengo todavía otras ideas que desarrollar pero sí os dejo planteada una pregunta para que, en otro momento si queréis, la contestemos entre todos: ¿es justa la selección del personal en los museos públicos? ¿con el tipo de oposición existente es posible valorar a los candidatos? ¿se consigue descubrir si son capaces de llevar a cabo el trabajo que un museo de hoy requiere? En esta misma línea decir que hacer del museo un lugar de encuentro, reflexión, identidad, interpretación de la realidad, etc, supone que el profesional, digamos, el museólogo (trabaje en el departamento en que trabaje) debe de conocer al público, a la sociedad en la que se encuentra instalado, al visitante que llega de fuera y trae con él otros registros. Ésto ya por sí mismo es un trabajo durísimo que muchos no están dispuestos a hacer simplemente porque dirigen o trabajan en un museo que, con máscaras, vive de espaldas a su ciudad, su barrio, su pueblo. El recortar las distancias entre el museo y el público supone bajar del pedestal, DAR LA VOZ AL OTRO, pues sabiendo a quién nos dirigimos y con quién queremos dialogar podremos abrir los caminos necesarios. Ello requiere de un gran compromiso (también por parte del público, ¡ojo!) y lo que es más importante: estar dispuesto a escuchar, a valorar, a aceptar como útiles otras visiones del mismo hecho que no por no ser de especialistas (¿quién dice que en nuestro público no hay también especialistas?) dejan de aportarnos riqueza. El profesional, sentado en su trono, tiende a infravalorar las opiniones externas y adopta un tono paternalista: escúchame y aprende. QUÉ EQUIVOCACIÓN MÁS GRANDE. Pero claro, si yo soy alguien porque soy de los que sé, y al darte la voz a ti acabas teniendo la misma relevancia que yo, ¿en qué me convierto?... Perder el estatus de élite, ese es el problema.



En muchas ocasiones se culpa de la falta de cercanía a la carencia de medios económicos. Es verdad que nuestro patrimonio, nuestros museos son muchos y ricos, por lo que el dinero siempre es un problema, pero es primordial usar ese dinero en construir comunicación porque recordemos que el patrimonio es público y los museos también lo son. Es responsabilidad de los profesionales del museo y de los que están por encima de ellos, el hacer llegar los contenidos y valores que éstos contienen y acogen. Que lo público sea público y no un escaparate para glorificar a artistas, directores, comisarios, etc. Se debe entender, por tanto, este trabajo como RESPONSABILIDAD CON LA SOCIEDAD, y no como una lanzadera personal. Se puede y se debe optimizar los recursos pues con buenas ideas, con objetivos claros y con un equipo "empastado" que trabaje de forma transversal, se consiguen cosas. Sin duda. No hay que tener miedo a que alguna experiencia no tenga éxito. Siempre será peor no intentarlo.

Estamos hartos de leer estadísticas sobre visitantes a tal o cual museo. Es un dato, cierto, pero no totalmente objetivo, primero porque las estadísticas se falsean. Sí, se falsean. No digo que todas y no digo que siempre. Pero se hace. Segundo porque, que una exposición haya tenido muchos visitantes no quiere decir que haya calado, que haya fidelizado al público, que haya enriquecido. Últimamente los museos públicos parecen más empresas privadas con campañas de publicidad que ya querrían muchos. Eso no es comunicación. Es una camiseta de moda, una canción que suena en la MTV, un libro de autoayuda. No, ese no es el concepto de museo. Esto enlaza con cosas ya dichas: glorificación y lanzaderas personales, disfraces de "somos un servicio público", gastamos demasiado dinero en publicidad pero no tenemos recursos para crear comunicación, escuchar, dialogar. No soy partidaria de tratar a la gente como rebaños ni de hacer que la visita al museo sea "lo que no te puedes perder" publicado en la revista de una peluquería. La visita al museo debe ser voluntaria, hay que estar interesado. No podemos culpar al público de no tener interés si no nos hacemos necesarios. Si sólo les pedimos que vengan cuando nos interesa publicar las estadísticas de visitantes. Os propongo algo: pensad en algún museo al que hayáis ido que, por la forma de exponer e informar, parezca más bien una galería de arte. ¿Lo tenéis? Estoy segura de que cada uno ha visualizado un caso concreto. Bien, pues, con mucha frecuencia, ésto no es una simple tendencia estética. Diría que es más habitual aún en museos y centros de arte contemporáneo. No perdamos de vista que el mercado del arte corre paralelo a estos museos. ¿PARALELO? (...)



El patrimonio, sea en la forma que sea, se degrada. Es una de las labores del museo recogidas por el ICOM (International Council of Museums), el preservarlo y conservarlo. Esta tarea, en muchos casos choca frontalmente con la de difundirlo. ¿Es más importante conservar o difundir?. Es cierto que habría que valorar los casos concretos, pero no es menos cierto que existe la tecnología y los recursos para poder cumplir con ambas. Vídeos, copias, paneles explicativos e interactivos, vitrinas, correcta señalética... Mil formas de difundir sin degradar. Las hay, sólo hay que buscar la que más se adapte a nuestras necesidades. Aún así, la que yo propongo es inmaterial y no corresponde únicamente al museo: la concienciación. Cuando una persona, un grupo, una sociedad se siente identificada con su patrimonio, lo reconoce como propio y lo valora. Es necesario que la sociedad en su conjunto, a través de la cultura y la educación, ponga en valor su patrimonio y vele por él. Parece difícil ahora, ¿no?. Veremos...

Las teorías que defienden un museo verdaderamente social, que revolucionan y piden el cambio, la ruptura con el "museo templo", se vienen dando desde los años 60. Hace más de 50 años de ésto y parece increíble que aún nos sigamos planteando ideas tan arcaicas. Se ha hecho mucho, claro está. Tenemos ejemplos estupendos de ello. Si os interesa leer sobre ésto, os aconsejo el libro de Nina Simon "The Participatory Museum".

Quiero aclarar que en este post hablo en todo momento de museos públicos. Las instituciones privadas tienen distintas connotaciones y es curioso que ellas son muchas veces las que más invierten en este diálogo con el público. Otro tema sobre el que reflexionar, pero eso ya, otro día.



5 comentarios:

  1. Valiente, clara, precisa y certera. No hay que darte una razón: tienes tantas como argumentos. ¡Enhorabuena por el post, por el blog y por tu modo de mirar haciendo, de hacer diciendo! Fuerte, fuerte abrazo :-)

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  2. Como he trabajado en y trabajo para museos públicos creo que puedo hacer algún comentario a tu post. Y empezaré por decirte que estoy de acuerdo en gran parte de lo que dices y que otra parte es matizable. Sigamos.

    En primer lugar creo que es bueno señalar que hay muchos tipos de museos públicos y que el personal no accede a todos de la misma manera. No es lo mismo un museo provincial que un gran museo regional/nacional, ni que un museo de ayuntamiento o que un museo participado por una administración. Ni siquiera el tipo de “museólogo” contratado es igual en todos los casos porque, en función de muchas variables, hay múltiples perfiles profesionales.

    Dejando aparte esta cuestión menor, entiendo que los sistemas de selección son justos, y lo son porque se hacen generalmente según los criterios habituales para la administración: igualdad, mérito y capacidad. Otra cosa es que sean los más adecuados. Que seguramente no lo sean, y ahí es donde tienes razón.

    Las oposiciones (cuando las hay, recuerda ésto) tienen mucho de polvoriento. Derivan de un sistema poco centrado en la práctica, y asentado en modelos que priman la conservación por delante de la transmisión de contenidos. Por eso los temarios son excesivamente teóricos y no valoran la experiencia o la especialización. Además los museos y la museología han cambiado mucho en pocos años y el sistema no está preparado para adaptarse a los cambios.

    Yo creo que en los museos públicos hay generalmente muy buenos profesionales (sobre todo porque la mayoría está impregnado de una vocación de servicio público, lo cual es cada vez más raro), pero también creo que su principal defecto (nuestro principal defecto, pues debo incluirme) es la indolencia frente al cambio, la falta de capacidad reactiva y la escasa proactividad. Sin entrar a valorar los motivos por los que se produce cada una, pues daría para líneas y líneas, siempre he defendido que hay que estar más dispuesto a aprender, colaborar, compartir, escuchar, opinar, luchar..., en el trabajo diario del museo, y eso no siempre sucede. Así que ahí tenemos mucho trabajo por hacer.

    Seguiría y seguiría, pero debo cortar en algún momento. Para acabar me gusta la idea de que la labor del museólogo sirva como factor de concienciación del valor del patrimonio, aunque solamente sea para que el ciudadano sepa por qué tenemos museos y para qué sirven. ¿Tiene la gente clara cuál es la misión del museo? ¿O solamente existimos porque nadie nos ha cuestionado?

    Y respecto a las cifras..., me atrevo a recomendarte esta reflexión que hice hace un tiempo.

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    1. La reflexión está aquí, perdón ;) http://adgallinasalbas.blogspot.com.es/2012/05/el-club-de-la-masilla.html

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    2. Gracias por tu comentario!. Te respondo: Sé que hay muy buenos profesionales en lo público. He trabajado con ellos, muchos son mis amigos y he aprendido de todos. Pero creo que, que los haya, es más una suerte que el resultado de un proceso de selección efectivo, es decir, es una suerte que aún aprueben las absurdas oposiciones gente que realmente vale y hayan tenido la paciencia, las ganas y la fuerza para no tirar la toalla. Y no sólo en las oposiciones, sino después, ya que son muchos los obstáculos con los que se enfrentan a diario. Demasiados. De hecho, mi crítica es para aquello que frenan, que no entienden lo público como "de todos"... Espero que eso haya quedado claro en el post. Leeré tu reflexión y te comento.

      Un abrazo. Laura.

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