Hoy pretendo darle respuesta a una de las preguntas que me (os) planteé en mi entrada anterior. Puede ser que, contestando una, consiga al menos media respuesta a otra de ellas.
Pues bien, ¿quién decide qué es arte y qué no actualmente?. Allá voy...
A lo largo de la Historia del arte, las manifestaciones artísticas han estado vinculadas a los entes de poder de la sociedad: religión y estado. Ya incluso en la prehistoria, el arte (o lo que los historiadores del arte hemos venido a llamar como tal) estaba directamente relacionado con lo religioso o mágico, siendo sus ejecutores los chamanes o gurús de esas comunidades. Más tarde, en la época clásica, fue un instrumento al servicio de la política y como no, también de la religión. Podemos observar que esto mismo ha estado ocurriendo en periodos posteriores.
Con la apertura de los primeros museos, después de la revolución francesa, los grandes coleccionistas, los reyes, abrieron sus colecciones al pueblo y de ahí que la masa social, pudo comenzar a tener contacto con las grandes obras que ya no sólo eran religiosas o propandísticas, sino simplemente bellas.
El nacimiento de un poder social verdaderamente fuerte como para poseer este preciado artículo, la burguesía, y la entrada en escena del capitalismo, supuso que el arte entrara a formar parte del mercado.
Los objetos artísticos se han convertido desde entonces, en objetos de mercado y esto lo cambia todo, aunque no cambia nada. El cambio principal, a mi parecer, es que el círculo elitista en el que se movía hasta entonces, se abrió. Ahora esta élite de la sociedad que puede poseer arte es mayor, en número sí.
El arte pues, es un MERCADO, y se rige por las reglas que a éste le son propias (oferta y demanda, etc, etc). ¿Esta afirmación supone que saquemos las obras artísticas de ese mundo supremo en el que se movían?. No, para nada, pues sigue siendo un producto de lujo que solamente unos pocos pueden adquirir, y es más, no ha perdido su carácter mágico, pues poseer arte te da estatus, te incluye en el círculo de aquellos que, a falta de títulos nobiliarios, consiguieron distinguirse del resto de la humanidad gracias a las grandes colecciones que crearon. Véase por ejemplo Salomon Guggenheim o el barón Thyssen, que consiguieron fortuna gracias a sus grandes negocios y que, gracias a sus colecciones pasarán a la posteridad y serán recordados (¿no era a caso eso lo que pretendían los grandes emperadores romanos con sus programas escultóricos y arquitectónicos?).
Si el arte es un mercado ¿quienes eligen qué es arte o que no en la actualidad?. Respuesta: aquellos que pueden pagar por él, es decir, LOS COLECCIONISTAS. Aquí tenemos entonces, la respuesta, y enseguida, la media respuesta. El arte contemporáneo debe tener como característica el ser comprable, debe ser atractivo para aquellos que pueden pagar por él. Esto no nos debe hacer rasgarnos las vestiduras, pues, en principio, no quita el valor artístico a la obra. Eso sí, como cualquier producto, su mayor o menor auge en el mercado responderá a cuestiones de moda o gusto, y es de suponer, que a cuestiones de valor artístico.
Queda, de este modo, enmarcado el mundo del arte actual. Hagamos un retrato de la situación. En lo alto de la pirámide encontramos al coleccionista, que normalmente, se encuentra apoyado en expertos que le aconsejan sobre sus compras. No debemos olvidar a los museos y las grandes instituciones, pues también ellas serán grandes coleccionista (para ser museo, según el ICOM, debes poseer una colección). Por debajo de ellos, se encuentran los lugares donde se realizan las transacciones comerciales artísticas, es decir, galerías y casa de subastas, que crearán tendencias según su stock. Y ¿en todo este entramado dónde queda el artista?. En mi opinión, viene justo ahora. Tras la creación del concepto de genio en el s. XIX, el artista entra en este círculo con personalidad propia y su mayor o menor éxito dependerá, en mucho, de el éxito de la venta de sus obras. Los artistas necesitan que los galeristas y las casas de subastas vendan sus obras y que el coleccionista apueste por ellos. Un creador pasará del más absoluto anonimato a la aclamación pública cuando uno de los grandes decida incluirlo en su colección. Después de eso, o al mismo tiempo, los museos e instituciones se lo sortearán para inaugurar exposiciones sobre ellos, aunque, como no, se puedan dar casos en los que el recorrido no sea exactamente el aquí dibujado.Por último, el crítico, que será el encargado de dar sustento teórico a todo lo demás. sea a priori como a posteriori.
Es por todo esto que cuando vamos a una inauguración importante, y haciendo una parodia del mundo del arte, nos encontremos a los siguientes tipos:
-El Artistas: como un Bisbal del arte, aclamado, abrumado por la prensa.
-El Director del Museo o Galerista: el productor del espectáculo.
-El Crítico: a favor o en contra de todos los demás. Dispuesto a hundir en la miseria la representación o bien, alabarla y aplaudirla.
-El Coleccionista: presume de poseer ya un ejemplar del genio, o mueve sus hilos para poseerlo cuanto antes.
-El Comisario: el encargado de hilar el argumento de todo, el que ha creado el guión.
Pues, estando así las cosas, las diferentes personas que trabajan o queremos trabajar dentro instituciones de difusión del arte contemporáneo y museos (conservadores, comisarios (no freelance), responsables del departamento pedagógico, etc) tenemos la labor de ser los que presentemos este mundo a la sociedad en general, haciéndosela comprensible, creando un discurso crítico a su alrededor, consiguiendo que sea accesible. Esto no es tarea fácil, ya que el arte contemporáneo, por estar gestándose en el mismo momento en que se quiere consumir, y encontrándonos en un mundo postmoderno, donde los límites anteriormente trazados se diluyen, nos supone un reto, un misterio a descifrar incluso a aquellos a los que se supone "entendemos de arte".
Es el reto, el desafío lo más apasionante para mí cuando hablamos de arte contemporáneo, pues entender la realidad en la que nos vemos inmersos no es sino un ejercicio de crítica y autocrítica al mismo tiempo.
Como decía Camila (y el arte) "me gustaría saber qué obras y artistas pasarán a la historia". A mi también me gustaría, pero creo que debemos esperar para eso. Debemos tener paciencia para que el presente se convierta en historia, aunque yo, ya tengo mis apuestas.
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