miércoles, 12 de agosto de 2015

Capítulo 75. MUSEOS EN LOS QUE...

Quizá sea el verano. Todo es más lento, más leve, quizá no queremos pensar tanto. Hemos pensado mucho durante el invierno y nuestras cabezas y cuerpos ya están cansados. Necesitan un reset. Puede que sea por eso que desde que hace calor las noticias en general, y las de museos en particular, parecen escritas para personas que no les prestarán demasiada atención. Para esas personas que durante el verano apagan el cerebro y solo quieren beber mojitos, tomar el sol y llenar Instagram de piestureo.

Será por eso, supongo, que en verano los artículos sobre museos tratan por ejemplo de rankings estúpidos (?) sobre la mejor institución en la que comer (o comprar) con un resultado, además, que no sorprende demasiado. ¿Hay algún problema con este artículo? Bien, en principio no. Pero, ¿y si rascamos un poquito?

Que las instituciones museísticas se preocupen por dar un buen servicio más allá de sus propias salas no es un problema. Una biblioteca que permita el acceso al público interesado, una buena librería en la que encontrar libros específicos y originales, una cafetería donde disfrutar de un descanso tras una visita que en muchos casos es agotadora... Todo ello por supuesto es deseable e incluso necesario. El problema comienza cuando en la librería, lejos de encontrar ese catálogo de aquel artista que una vez expuso en el museo pero que se editó solo en francés, o aquel otro con un carácter didáctico que nos ayuda a explicar la exposición a una persona con alzhéimer, lo que encuentras es un montón de llaveros, imanes, lápices y posa-vasos con la cara de Picasso. Paraguas, chapas y gomas de borrar fabricadas por algún niño chino que reproducen los graciosos trazos de un señor llamado Miró. ¿Se han convertido las tiendas de los museos en un lugar tan kitsch como cualquier tienda de todo a un euro?

¿Y qué me decís de las cafeterías/restaurantes? Menús por un ojo de la cara, todo muy nouvelle cuisine, muy con los colores de Van Gogh, con los girasoles de chocolate coloreado, llenos de personas (no todas, no siempre) que en su vida pagarán la entrada por ver qué exposición temporal han traído para estos meses. ¿Y dónde está el problema? Tal y como yo lo veo, el museo no es un lugar solo y exclusivamente para el ocio o para el turista. El museo es principalmente un servicio público y a ese compromiso se debe. Me asusta muchísimo esta visión que se pretende transmitir: el museo como lugar donde pasar el rato y que además, te da estatus. El museo como centro comercial cool. Tiemblo cuando me asalta la idea que en el siguiente ranking sobre las exposiciones más visitadas el primer lugar lo ocupe aquella itinerante de Cuarto Milenio.

http://www.informador.com.mx/cultura/2012/361124/6/la-gioconda-espanola-la-nueva-estrella-del-museo-del-prado.htm

Podríamos pensar que nuestros museos (ahora hablo solo de los españoles) están escasísimos de presupuesto y que gracias a la tienda o la cafetería pueden sacar un dinero extra... ¿Es cierto esto? Habría que analizar caso por caso pero en muchas ocasiones, la gestión de tiendas y cafeterías está externalizada por lo que el vender más o menos no repercutirá directamente en el museo. ¿Cómo se externalizan estos servicios? ¿Quienes pueden participar de la convocatoria, si es que la hubiera? ¿Qué requisitos debe exigir la institución?

Relacionado con esto, aunque no directamente, me sorprende también mucho el color que está tomando el boom tecnológico que hoy vivimos en estas instituciones. Es imposible pensar en una de ellas que no ofrezca un app, un videojuego, realidad aumentada, audioguías digitales. Sé bien de lo que hablo pues, como sabéis, soy una de las autoras del Anuario AC/E de CulturaDigital, por lo que me he pasado unos buenos meses investigando sobre ello.

http://blogs.cccb.org/lab/es/

La tecnología me parece primordial hoy día en las instituciones. Su uso cambiará según nuestra visión del museo, según la visión del que gestione el museo. Pero entiendo la tecnología como una herramienta de acercamiento y colaboración. De apertura, de hacer la institución un lugar más social. Aplicaciones que facilitan el disfrute a personas con movilidad reducida o con problemas de visión, me parecen un gran acierto. Sitios web que están creados para compartir experiencias, conocimientos o saberes sobre las obras, la exposición o temas afines, me parecen muy necesarios. Consiguen que la comunidad del museo llegue a cualquier persona con conexión a internet. Una comunidad que es más amplia que el museo mismo y que fomenta la comunicación y la construcción común de herramientas y saberes. Cuando veo que se lanzan apps que no aportan nada y que han costado mucho me viene a la cabeza que pretenden lo mismo que un imán con la cara de Picasso. Pero aún más guay porque es para iOS. Se consumen igual que se consume un Big Mac. Se engullen.

Quizá habría que pararse a pensar aunque sea verano: ¿por qué se quiere dar esa imagen de los museos? ¿Por qué muchos museos se están rindiendo a este punto parque de atracciones cool? ¿Por qué les dejamos (hablo de museos públicos) cuando gestionan patrimonio de todos y la mayor parte del presupuesto (si no todo) que reciben también lo es?

Quizá deberíamos exigir, también por qué no, un periodismo cultural serio y comprometido.

Es verano, ya lo sé, pero por pedir...